Entiendo la Educación como compromiso ético, como solidaridad, como concientización liberadora que ayuda a romper con la ignorancia, el sometimiento y el fatalismo.
Y tengo especial interés por el mundo de los inmigrantes.



31.12.08

Cegueras

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Esta sociedad esta infectada por un virus que se extiende. Esta sociedad está ciega. Realmente es sorprendente que no se vean a los miles de inmigrantes que deambulan por nuestros pueblos, sin medios, sin trabajo y sin techo. No se ven. No quieren verse.
Cientos son los que abarrotan determinadas zonas y lugares: especialmente las estaciones de autobuses y algunas plazas y jardines del extrarradio al caer la noche. Sobrecoge ver a decenas buscando la protección del techo de las gasolineras o asombra la cantidad de personas que pueden habitar una casa en ruinas, llena de escombros y ratas al borde mismo de cualquier carretera y ante la que pasan vecinos cada día como si nada, o quizás pensando en cualquier juerga, regalo o comilona.

Y lo digo precisamente ahora, en el crudo diciembre que arrastramos, porque estas fechas de fin de año solo son -y dejémonos de pamplinas religiosas- los fuegos de artificio del consumo; son un inmenso canto a la hipocresía, a la insolidaridad, al derroche y a mirar como sea hacia otro lado. Y todo, a pesar de los tópicos que dicen ser estos días como los más idóneos para que la mayoría de las almas de este país se encuentren especialmente sensibles y supuestamente predispuestas al regalo y a la ayuda.

Todas las señales nos dicen que los primeros que están pagando la crisis son nuestros vecinos inmigrantes. Y se esta actuando, desde todos los ámbitos, como hace años: ignorándolos. Y todo, encima, tras diez años de bonanza económica en que se podían haber creado unas mínimas infraestructuras de acogida. La gran mayoría de los gobiernos locales no quiso: decían que eso era fomentar el efecto llamada. Cierto era que en los últimos años ya no había gentes (como alumnos míos) durmiendo en cuevas o en cabinas de camiones abandonados pues había trabajo. Pero ahora llegó la crisis. Y estamos donde estábamos.

Sin buscar especialmente casos dramáticos me he encontrado gente durmiendo dentro de un contenedor de ropa en pleno centro, otros envueltos en plásticos en soportales, o decenas en un par de casas en ruina a la salida del pueblo o naves abandonadas. Todos ellos están a la vista de todos. Y a las siete de la mañana, en determinadas esquinas, grupos aguardan y suplican que alguien les de trabajo para una simple jornada de aceituna, como los padres o abuelos de más de un andaluz hace años en la plaza del pueblo ante aquel antiguo señorito ignorante y prepotente.

Insisto y repito que mucha de nuestra gente está ya incapacitada para ver. Es ciega. Y lo que me temo es que así están muchos miles de andaluces. Encima muchos jóvenes que ingresan ahora en las listas del paro están convencidos y se indignan porque los inmigrantes, vecinos suyos al fin y al cabo, les quitan -dicen- el trabajo, sin pensar si ellos tienen más antigüedad, experiencia o quizás están mejor preparados. El virus del sistema les ha invadido hasta el tuétano.

Quizás cuando esta crisis se alargue y se extienda más les obligue a muchos a abrir los ojos. Quizás muchos entonces recuerden y vean de dónde vienen y quiénes son realmente. Y quizás reclamen la imposible solidaridad de un sistema que ellos mismos, estúpida y egoístamente, apuntalaron a sabiendas.
Y quizás sea ya tarde. Porque, aunque estemos en diciembre, como dice el refrán, a cada cerdo le llega su San Martín.