Entiendo la Educación como compromiso ético, como solidaridad, como concientización liberadora que ayuda a romper con la ignorancia, el sometimiento y el fatalismo.
Y tengo especial interés por el mundo de los inmigrantes.



28.10.08

Lágrimas

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Cumplo por estas fechas los 25 años de trabajo en la enseñanza junto a muchos otros compañeros de la hoy llamada Educación Permanente de Adultos. Debo estar haciéndome mayor y, no es que sea yo muy proclive a festejar supuestos hitos que tienen más que ver con la magia y el simbolismo de los números que con otras cosas pero, en estos días, me descubro -sin quererlo- haciendo un recuento de lo que para mí ha significado dedicarme a esta tarea durante tanto tiempo en vez de tener un profesión distinta. Y, entre algunos sinsabores, constato que lo que más recuerdo son instantes llenos de emociones. De emociones hasta las lágrimas.

Entre los muchos niveles por los que he pasado no ha habido ninguno -referente a emociones- como el de la Alfabetización de los primeros tiempos. Para mí no ha habido nada más gratificante que ayudar a una persona a desentrañar los signos para aprender a leer. Y he tenido instantes inolvidables.

Recuerdo algún hombre que, tras animarle a leer su primer párrafo completo, descubría con asombro que lo había entendido y, emocionado, simplemente me apretaba el brazo y no podía hablar. Pero lo que más me impresionaba eran las lágrimas de las mujeres que, dando rienda suelta a sus emociones, rompían a llorar sin remedio y a moco tendido por haber leído por vez primera una simple frase (“Paco: ¿de verdad dice eso? No me engañes.”). Yo tenía que hacer verdaderos esfuerzos porque no se me saltaran las mías y, aún hoy, pasado tanto tiempo, me emociono tan solo con recordarlo.

Mujeres y hombres de mis primeros destinos. En especial mujeres del barrio de Las Costanillas de Córdoba. Mujeres de Villanueva en el Valle de Los Pedroches. Aún soy capaz de recitar sus nombres y recordar que, contra viento y marea –incluida la familia- buscaron un hueco para aprender.

Lágrimas también hubo de quien lloraba de rabia y miedo porque no le dejaba su marido ir a clase. Escenas también de rebeldía cuando el chulo e ignorante del marido tenía la cara de aporrear la puerta de la clase exigiendo que saliera su asustada esposa porque había llegado a casa y no estaba la cena. (“Si tienes h… entra” –le respondían sus compañeras). Lágrimas de más de un maltrato encubierto. Lágrimas de mujeres en especial, inmigrantes, cuando sus maridos las retiraban de clase porque descubrían que había en ellas otros hombres. Lágrimas amargas y en soledad de este maestro ante más de un abandono por causas que intuía inconfesables.

Ya lo dije más arriba: me descubro por estos días haciendo un recuento de estos 25 años de Educación de Adultos. Y me emociono. Debe ser que los 25 años pasados en Educación de Adultos no han sido poca cosa o que me estoy haciendo mayor. Pensándolo bien, me temo que ambas cosas.