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Ideología y medio ambiente son dos caras de una misma moneda. Parto de esta premisa.
Uno se pregunta por qué en el mundo de hoy la actividad económica de los ciudadanos ha terminado haciendo peligrar en medio ambiente y, a la postre, las condiciones de vida actuales de muchos ciudadanos y, de paso, las de generaciones venideras. Por de pronto todos habremos de reconocer que ello sucede gracias a uno de los valores tenidos como básicos en el mundo occidental. Me refiero a la libertad, o mejor dicho: a la forma en cómo la entendemos y la usamos.
La libertad individual, aplicada a las relaciones de producción o económicas, fue y es un valor desde luego mal entendido y –a los hechos me remito- peor desarrollado. Es precisamente la libertad individual en un mundo regido por el capitalismo la que permite, en principio a todo hijo de vecino, perseguir su propio interés de una forma tal, sin restricciones, que no tiene en cuenta las condiciones de vida de otros seres semejantes más o menos cercanos o lejanos geográficamente… y mucho menos la vida de otras especies.
La libertad individual, la libertad de la actividad económica (y especialmente de quienes pueden ejercerla) es causa de la ruina de la mayoría y casi una sentencia de de muerte para otros. Las condiciones del medio ambiente en ámbitos urbanos y rurales, la conservación de los medios naturales, los recursos, etc. son alteradas por las actividades económicas y las leyes del mercado. Y lo peor es que los rápidos cambios que producen son muy a menudo irreversibles debido a la cada vez mayor capacidad explotadora y transformadora del hombre, relacionada con un mal uso de su tecnología. Y es que el comportamiento humano, la prioridad de intereses, es esencial en una materia como la económica y medio ambiental. Y así nos va.
Los intereses, deseos económicos y materiales de los individuos se expresan en preferencias, pero estas son causa inmediata, muchas veces, de desastres ecológicos y están frecuentemente manipuladas por la publicidad o necesidades superfluas.
El capitalismo solo habla de libertad cuando y como le interesa. Dice defender el derecho de todo individuo a vivir mejor. Los que nos sentimos marxistas y ecologistas decimos lo mismo… pero puntualizando que sin que ello acarree que otra persona, colectividad o clase social viva peor. Y es que esto último viene siendo la norma.
El medio ambiente esta relacionado con la forma de ver y entender el mundo. Ya dije: ideología y medio ambiente son dos caras de una misma moneda. En una economía de libre mercado el cuidado del medio ambiente y la ecología no existen y, en todo caso, sus niveles dependerán de rentabilidades económicas o niveles de inversión y costos. Traduciendo: si quieres una mejor calidad medio ambiental de tu barrio, de tu pueblo, de tu río, de tus montes… pues págalo.
Creo que desde el punto de vista “de izquierdas” (marxista, para entendernos en en el confuso y light mundo político de hoy) la libertad solo permite así al ciudadano perseguir su personal interés, sin más restricciones que las económicas. Las clases sociales más favorecidas, los barrios de la alta burguesía, las naciones con más poder económico se pueden “pagar” así –hipócritamente- sus óptimos niveles de protección medio ambiental. La inmensa mayoría, no.
Pensemos que los beneficiados del desarrollo del mundo capitalista solo son (somos, perdón) unos cuantos. En general el mundo desarrollado es el denominado occidental y olvida a la inmensa mayoría de los habitantes de otros continentes que no son tan afortunados y que sus atrasos y subdesarrollo existen por y para que una minoría pueda disfrutar de “su” libertad.
Vuelvo a decir que exactamente igual sucede si aplicamos esta reflexión al ámbito de las clases sociales. El centro explota a la periferia en aras a la libertad –“Bien Supremo”- pero de la que pueden usar y disfrutar solo unos pocos: los que tienen el poder. A más cota de poder económico –dicen- más libertad. Esto es lo que demuestra la Historia. La occidental, por supuesto.
Te hacen creer que los inventos y las innovaciones tecnológicas solo pueden ser desarrollados y aplicables en un marco de una economía de libre mercado, y todo gracias a la libertad. Y que esta última da espacio tanto a la creatividad individual como a la sana competitividad… y a la rentabilidad. Pero pareciera así que el precio que se paga, por ejemplo, del agua, aire o la tierra dá derecho a contaminar hasta cierto punto nuestros ríos y montes. Y es que en esta dinámica individualista y capitalista-mercantil caemos casi todos: “todo tiene un precio”, “las cosas son así” –decimos.
Así, por ejemplo, el pesimismo de ciertas instituciones (locales, autonómicas o centrales) ante determinados temas de medio ambiente es terrible pues ante desastres ecológicos muy previsibles las soluciones –dicen- son muy difíciles, y no porque no existan, sino porque el precio es muy alto. No se dan cuenta que todo ello tiene mucho que ver con nuestros hábitos, preferencias e intereses. Y que los hábitos ciudadanos e intereses se forman poco a poco, se educan, no nacen de la noche a la mañana. Tienen mucho que ver con los valores ideológicos que desde las estructuras de poder se inculcan. Y los centros de poder, queridos lectores, rebosan ideología por todos lados. Ideología conservadora, claro. Y la transmiten.
Hora es ya que la inmensa mayoría, la ciudadanía ajena y excluida de los beneficios inmediatos de esa “libertad” económica, reclame sus derechos medioambientales como parte de la calidad de vida a que tienen derecho. Y que no nos hagan creer que ello esta en contraposición al desarrollo económico (¿cuál? ¿de qué signo?) tan necesario para generar puestos de trabajo.
No hay que ser un experto economista para saber que una solución -para empezar- sería que las plusvalías y beneficios de las poderosas compañías y monopolios sean menores o se reinviertan en el medio ambiente. Pero eso es imposible sin cambiar el modelo de sociedad. Y que para comenzar hay que educar desde abajo. Y que los poderes legislativos, los que establecen las normas locales, autonómicas, etc. sean “de izquierdas” y que prediquen con el ejemplo.
Visto lo visto solo nos queda al ciudadano de a pie usar al máximo nuestra libertad: la presión de los votos. Es nuestra hora para cambiar tanta tendencia destructiva. En nuestras manos está.
de Paco Córdoba
Uno se pregunta por qué en el mundo de hoy la actividad económica de los ciudadanos ha terminado haciendo peligrar en medio ambiente y, a la postre, las condiciones de vida actuales de muchos ciudadanos y, de paso, las de generaciones venideras. Por de pronto todos habremos de reconocer que ello sucede gracias a uno de los valores tenidos como básicos en el mundo occidental. Me refiero a la libertad, o mejor dicho: a la forma en cómo la entendemos y la usamos.
La libertad individual, aplicada a las relaciones de producción o económicas, fue y es un valor desde luego mal entendido y –a los hechos me remito- peor desarrollado. Es precisamente la libertad individual en un mundo regido por el capitalismo la que permite, en principio a todo hijo de vecino, perseguir su propio interés de una forma tal, sin restricciones, que no tiene en cuenta las condiciones de vida de otros seres semejantes más o menos cercanos o lejanos geográficamente… y mucho menos la vida de otras especies.
La libertad individual, la libertad de la actividad económica (y especialmente de quienes pueden ejercerla) es causa de la ruina de la mayoría y casi una sentencia de de muerte para otros. Las condiciones del medio ambiente en ámbitos urbanos y rurales, la conservación de los medios naturales, los recursos, etc. son alteradas por las actividades económicas y las leyes del mercado. Y lo peor es que los rápidos cambios que producen son muy a menudo irreversibles debido a la cada vez mayor capacidad explotadora y transformadora del hombre, relacionada con un mal uso de su tecnología. Y es que el comportamiento humano, la prioridad de intereses, es esencial en una materia como la económica y medio ambiental. Y así nos va.
Los intereses, deseos económicos y materiales de los individuos se expresan en preferencias, pero estas son causa inmediata, muchas veces, de desastres ecológicos y están frecuentemente manipuladas por la publicidad o necesidades superfluas.
El capitalismo solo habla de libertad cuando y como le interesa. Dice defender el derecho de todo individuo a vivir mejor. Los que nos sentimos marxistas y ecologistas decimos lo mismo… pero puntualizando que sin que ello acarree que otra persona, colectividad o clase social viva peor. Y es que esto último viene siendo la norma.
El medio ambiente esta relacionado con la forma de ver y entender el mundo. Ya dije: ideología y medio ambiente son dos caras de una misma moneda. En una economía de libre mercado el cuidado del medio ambiente y la ecología no existen y, en todo caso, sus niveles dependerán de rentabilidades económicas o niveles de inversión y costos. Traduciendo: si quieres una mejor calidad medio ambiental de tu barrio, de tu pueblo, de tu río, de tus montes… pues págalo.
Creo que desde el punto de vista “de izquierdas” (marxista, para entendernos en en el confuso y light mundo político de hoy) la libertad solo permite así al ciudadano perseguir su personal interés, sin más restricciones que las económicas. Las clases sociales más favorecidas, los barrios de la alta burguesía, las naciones con más poder económico se pueden “pagar” así –hipócritamente- sus óptimos niveles de protección medio ambiental. La inmensa mayoría, no.
Pensemos que los beneficiados del desarrollo del mundo capitalista solo son (somos, perdón) unos cuantos. En general el mundo desarrollado es el denominado occidental y olvida a la inmensa mayoría de los habitantes de otros continentes que no son tan afortunados y que sus atrasos y subdesarrollo existen por y para que una minoría pueda disfrutar de “su” libertad.
Vuelvo a decir que exactamente igual sucede si aplicamos esta reflexión al ámbito de las clases sociales. El centro explota a la periferia en aras a la libertad –“Bien Supremo”- pero de la que pueden usar y disfrutar solo unos pocos: los que tienen el poder. A más cota de poder económico –dicen- más libertad. Esto es lo que demuestra la Historia. La occidental, por supuesto.
Te hacen creer que los inventos y las innovaciones tecnológicas solo pueden ser desarrollados y aplicables en un marco de una economía de libre mercado, y todo gracias a la libertad. Y que esta última da espacio tanto a la creatividad individual como a la sana competitividad… y a la rentabilidad. Pero pareciera así que el precio que se paga, por ejemplo, del agua, aire o la tierra dá derecho a contaminar hasta cierto punto nuestros ríos y montes. Y es que en esta dinámica individualista y capitalista-mercantil caemos casi todos: “todo tiene un precio”, “las cosas son así” –decimos.
Así, por ejemplo, el pesimismo de ciertas instituciones (locales, autonómicas o centrales) ante determinados temas de medio ambiente es terrible pues ante desastres ecológicos muy previsibles las soluciones –dicen- son muy difíciles, y no porque no existan, sino porque el precio es muy alto. No se dan cuenta que todo ello tiene mucho que ver con nuestros hábitos, preferencias e intereses. Y que los hábitos ciudadanos e intereses se forman poco a poco, se educan, no nacen de la noche a la mañana. Tienen mucho que ver con los valores ideológicos que desde las estructuras de poder se inculcan. Y los centros de poder, queridos lectores, rebosan ideología por todos lados. Ideología conservadora, claro. Y la transmiten.
Hora es ya que la inmensa mayoría, la ciudadanía ajena y excluida de los beneficios inmediatos de esa “libertad” económica, reclame sus derechos medioambientales como parte de la calidad de vida a que tienen derecho. Y que no nos hagan creer que ello esta en contraposición al desarrollo económico (¿cuál? ¿de qué signo?) tan necesario para generar puestos de trabajo.
No hay que ser un experto economista para saber que una solución -para empezar- sería que las plusvalías y beneficios de las poderosas compañías y monopolios sean menores o se reinviertan en el medio ambiente. Pero eso es imposible sin cambiar el modelo de sociedad. Y que para comenzar hay que educar desde abajo. Y que los poderes legislativos, los que establecen las normas locales, autonómicas, etc. sean “de izquierdas” y que prediquen con el ejemplo.
Visto lo visto solo nos queda al ciudadano de a pie usar al máximo nuestra libertad: la presión de los votos. Es nuestra hora para cambiar tanta tendencia destructiva. En nuestras manos está.
de Paco Córdoba