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La conocí en Villanueva de Córdoba, un pueblo del norte de la provincia, en la comarca del Valle de los Pedroches. Era una alumna alta, simpática y con la piel surcada de arrugas pues había trabajado en el campo desde muy pequeña. Le gustaba horrores el carnaval y cualquier copleta.
Ella me decía las cosas muy claras y, a pesar de nuestros dos caracteres fuertes nos fuimos tomando verdadero afecto y hasta llegamos a ser amigos. Unos amigos atípicos, es verdad, pero amigos. Las últimas cartas nuestras eran tan largas que ella decía que parecían las de una novia a su quinto.
Ella se llamaba Carmen…. Y se ha marchado hace poco de este mundo de locos. No era muy mayor pero la vida no la había tratado precisamente con cariño. Ella siempre fue para mí un ejemplo de un mundo injusto que hace que las personas tengan que vivir como no se merecen. Ella mereció pasar por esta vida de otra forma.
Inquieta, la muerte le sorprendió escribiendo y haciendo cosas manuales una noche de primavera. Como siempre quiso.
Para ella, para Carmen, que también leía allá en su pueblo lo que yo aquí en Priego publicaba y le mandaba, hoy he querido dedicarle unas líneas de amigo.
Amigo que, desde hoy, estará un poco más solo.
Hasta siempre, Carmen.
(La Hojilla. 15-08-1995)